Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar
Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar
Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar

    La paleontóloga Judith Pardo dedica su vida a los ictiosaurios

    Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar

    Es la ?nica mujer en el pa?s que est? detr?s de los reptiles-peces y en enero realiz? un descubrimiento de repercusi?n mundial en Torres del Paine. Vive en Alemania, a miles de kil?metros de su marido, que trabaja en Magallanes.

    Ciento treinta millones de años después, Judith Pardo Pérez descifró el momento en que un ictiosaurio hembra murió en una cuenca submarina mientras estaba pariendo a sus crías. La escena quedó petrificada en las rocas del glaciar Tyndall, en Torres del Paine. Son al menos cinco embriones. Uno mide 40 centímetros y tiene un cráneo de 12 centímetros. Los humanos aún no estaban en los planes del mundo.

    La paleontóloga tiene 34 años y lleva 13 explorando el Tyndall. En el glaciar ha encontrado más de 50 ictiosaurios. Es la científica chilena que más conoce a esta especie, la más misteriosa que habitó los mares. Estos animales, cuyo origen se desconoce. Eran reptiles marinos, una mezcla de lagarto y pez, vivíparos y carnívoros, con aletas y pulmones, porque evolucionaron, aún no se sabe por qué, de la tierra a los océanos. No eran ni delfines gigantes ni dinosaurios. Podían nadar hasta 500 metros sin detenerse, pero tenían que salir a respirar con bastante frecuencia.

    Se podría decir que Judith se crió cerca de ahí, en la población Lago Blanco, un sector casi al final de Porvenir. Los recuerdos que tiene de su infancia son de una vida tranquila, con los vecinos del barrio, un grupo como de 30 personas que se juntaban a jugar béisbol con unos misioneros mormones que les enseñaron a batear.

    “No había tele en esa época en Porvenir, llegó a fines de los 80 y la conexión llegaba a las cinco de la tarde. Era todo el día estar en la calle y era tan tranquilo, que mis papás jamás cerraron la puerta de la casa cuando salíamos a hacer caminatas. En verano íbamos a un sitio que se llamaba Laguna de la Sal y una de las tareas era llevar sacos con sal para tirarle a la nieve en el invierno”, cuenta la bióloga titulada en la Universidad de Magallanes, quien ahora vive en Alemania, donde realiza un postdoctorado.

    También recuerda que a su mamá le gustaba recoger flores cuando salían a caminar. A Judith también le gustaban, pero más le llamaban la atención los insectos. Se llevaba para la casa esqueletos y también huesos que encontraba por ahí. Ponía a los animales en alcohol y en formalina, desde ratones hasta tortugas, y dice que todavía deben estar ahí, excepto el castor que le regalaron una vez en Puerto Williams. “Me llevé los huesos a Porvenir, los herví en una olla para dejarlos limpios y más blancos, pero mi mamá tiró la olla al patio”, cuenta ahora riendo.

    En Alemania, la científica trabaja en el Museo de Historia Natural de Stuttgart, un parque enorme con una sección de paleontología tan nutrida, que tuvieron que construir un edificio aparte sólo para esa colección. Ahí está la mayor cantidad de ictiosaurios de Europa.

    A Judith la invitaron para investigar paleopatolologías de ictiosaurios alemanes de Posidonia Shale, donde encontraron una gran concentración de fósiles que, a diferencia del Tyndall, corresponden al período jurásico (desde 201 millones de años hasta 145 millones de años atrás). “Estamos viendo las anomalías causadas por traumas o por bacterias, las mordidas que sufrieron en ataques y en batallas por territorio o de apareamiento. Eso se puede observar en el hueso, porque el hueso genera callos. Después de las mordidas se producen abscesos y hay también ictiosauros con caries. Podemos ver si hay un patrón en la frecuencia de las patologías según la edad”, detalla la científica.

    Las huellas de estos animales no están bajo tierra. Los huesos de ictiosaurio se conservaron incrustados en roca. Sus figuras son como un tallado hecho en la piedra hace millones de años. Medían entre uno y diez metros de largo y los de Torres del Paine, que son del periodo cretácico (desde 145 millones de años hasta 66 millones de años atrás), llegaron a los seis metros de largo. Gracias a recursos que consiguió en Alemania, Judith pudo extraer cinco ejemplares del Tyndall. Uno de ellos lo estudió en Europa y ya lo devolvió a Punta Arenas. Ahora forma parte de la colección paleontológica del Instituto Chileno Antártico. Ese organismo y la Universidad de Magallanes apoyaron la expedición de enero pasado, cuyo resultado asombró al mundo al descubrir la hembra en trabajo de parto.

    -¿Qué dificultades tiene una expedición científica a un glaciar, aparte de la seguridad?

    -La logística. Necesitas equipos, pero depende de los objetivos de la campaña. Este año, por ejemplo, era una prospección, era solamente caminar y revisar el material. Siempre son mínimo tres personas, porque en caso de accidente, uno se queda con la persona herida y el otro va a pedir ayuda. Para excavar, el 2010 éramos 12. Iban excavadores, geólogos para estudiar las rocas, otro grupo para estudiar los fósiles. La mejor fecha para trabajar es en el verano y eso significa vivir tres meses en carpa. Es muy peligroso trabajar con el clima muy malo, porque no se puede trabajar con la sierra para cortar la roca y se vuelve muy resbalosa. La máquina se echa a perder con la lluvia.

    A medida que el glaciar Tyndall retrocede, van quedando al descubierto nuevos ictiosaurios en la roca. El campamento base, al que se llega luego de ocho horas caminando, está a una hora de los fósiles y muchas veces el viento y la nieve impiden trabajar. Una vez, recuerda Judith, estuvieron diez días encerrados en sus carpas.

    Judith lleva más de 200 ictiosaurios revisados, pero siente como si estuviese recién empezando. “Nunca puedes parar de aprender cuando te dedicas a la investigación”, dice.

    El postdoctorado lo realiza con Erin Maxwell, una experta canadiense en estos animales que ella admira. Después de Alemania, quieren trabajar juntas y a distancia con paleopatologías de ictiosaurios de Sudamérica.

    “Quiero seguir trabajando con los de Tyndall, comenzar las excavaciones. Son 51 individuos, la mayoría están completos, articulados, conectados unos con otros como en vida y, en algunos casos, se ha podido preservar el contenido estomacal, que nos va a permitir estudiar la dieta, los embriones. Hay ictiosaurios con y sin dientes, podemos conocer la mecánica de la alimentación, cómo atrapaban a sus presas, si las trituraban o las tragaban. Por la logística, se necesita mucho dinero y lo principal es poder excavar. Si no los sacamos, nada de esto se puede verificar. Puedo escribir publicaciones, pero el material tiene que estar en una colección”, comenta la científica y agrega que hasta el ancho de las costillas entrega información relevante. El problema es que el material hallado se está desgastando por la erosión. Los restos que vio hace seis años, por ejemplo, ya están muy deteriorados.

    La echan del museo

    Judith llegó a los ictiosaurios por casualidad, el año 2003, cuando trabajaba ayudando a limpiar huesos de milodón, de dientes de sable y de guanacos en un laboratorio. Un amigo que fue a estudiar insectos al Tyndall le llevó la foto de lo que parecía un ictiosaurio en una roca. Presentó el proyecto en la Universidad de Magallanes y le financiaron las expediciones para que realizara su tesis de pregrado. Al terminarla, había encontrado 24 fósiles.

    -¿De qué sirve poder explicar todo esto? ¿Qué nos permite entender?

    -La paleontología es una ciencia que nos ayuda a descubrir la vida pasada y su interacción con otras especies. Nos ayuda a ver los cambios en el ecosistema. Lo que ocurre ahora también ocurrió en tiempos pasados. En cada hallazgo hay además otros peces, calamares, plantas terrestres, otros invertebrados. Se puede estudiar todo el paleoecosistema.

    -Has dicho que los de Torres del Paine fueron arrastrados por derrumbes. ¿Eran tsunamis?

    -Avalanchas submarinas. Fueron terremotos ocurridos por la fragmentación de Gondwana (cuando Sudamérica, África, Australia, India y la Antártica estaban unidas en un solo continente). Debieron ocurrir varias veces terremotos bien fuertes, porque tenemos por lo menos siete derrumbes o eventos.

    -¿Con qué descubrimiento podrías darte por satisfecha?

    -Me voy a dedicar a esto mientras tenga vida y energías, mientras mi cuerpo me dé para ir a estos lugares remotos. Esto es mi pasión, ir afuera y descubrir algo, estar donde nadie ha pisado antes. Es una sensación inexplicable, sobre todo descubrir un animal tan enigmático y escaso en el planeta.

    -¿Qué lugares te gustaría recorrer?

    -Me gustaría continuar por Campo de Hielo Sur y los canales. Siguen apareciendo ictiosauros en otras localidades del planeta y, oportunidad que tengo, voy a los sitios fosilíferos. He ido a Lyme Regis, en Inglaterra, un lugar con una tremenda historia. Ahí vivía Mary Anning, la primera que encontró un ictiosaurio en el mundo, cuando tenía 13 años. He ayudado en Alemania también.

    -¿Conoces la Antártica?

    -No, y también tengo que ir buscar ictiosauros. De acuerdo a mis hipótesis, tendría que haber.

    -¿Cómo es un día normal tuyo?

    -Me gusta harto hacer deporte, en las mañanas salgo a correr. Después, a trabajar. Si estoy muy inspirada me quedo hasta que el guardia me echa del museo. Me gusta mucho entrenar aikido (arte marcial japonesa), lo practico hace 11 años. Después del museo me voy a entrenar y ahí estoy con los amigos. Los fines de semana salimos a hacer caminatas, hiking. Comparto casa con un alemán y una alemana-rusa. Son biólogos también, trabajan en el museo.

    “Son 51 individuos, la mayoría están completos, articulados, conectados unos con otros como en vida y, en algunos casos, se ha podido preservar el contenido estomacal”, cuenta sobre los ictiosaurios de Torres del Paine.

    “La mejor fecha para trabajar es en el verano y eso significa vivir tres meses en carpa. Es muy peligroso trabajar con el clima muy malo, porque no se puede trabajar con la sierra para cortar la roca”


    Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar
    Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar
    Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar

      La paleontóloga Judith Pardo dedica su vida a los ictiosaurios

      Científica encontró a los seres más misteriosos que habitaron el mar

      Es la ?nica mujer en el pa?s que est? detr?s de los reptiles-peces y en enero realiz? un descubrimiento de repercusi?n mundial en Torres del Paine. Vive en Alemania, a miles de kil?metros de su marido, que trabaja en Magallanes.

      Ciento treinta millones de años después, Judith Pardo Pérez descifró el momento en que un ictiosaurio hembra murió en una cuenca submarina mientras estaba pariendo a sus crías. La escena quedó petrificada en las rocas del glaciar Tyndall, en Torres del Paine. Son al menos cinco embriones. Uno mide 40 centímetros y tiene un cráneo de 12 centímetros. Los humanos aún no estaban en los planes del mundo.

      La paleontóloga tiene 34 años y lleva 13 explorando el Tyndall. En el glaciar ha encontrado más de 50 ictiosaurios. Es la científica chilena que más conoce a esta especie, la más misteriosa que habitó los mares. Estos animales, cuyo origen se desconoce. Eran reptiles marinos, una mezcla de lagarto y pez, vivíparos y carnívoros, con aletas y pulmones, porque evolucionaron, aún no se sabe por qué, de la tierra a los océanos. No eran ni delfines gigantes ni dinosaurios. Podían nadar hasta 500 metros sin detenerse, pero tenían que salir a respirar con bastante frecuencia.

      Se podría decir que Judith se crió cerca de ahí, en la población Lago Blanco, un sector casi al final de Porvenir. Los recuerdos que tiene de su infancia son de una vida tranquila, con los vecinos del barrio, un grupo como de 30 personas que se juntaban a jugar béisbol con unos misioneros mormones que les enseñaron a batear.

      “No había tele en esa época en Porvenir, llegó a fines de los 80 y la conexión llegaba a las cinco de la tarde. Era todo el día estar en la calle y era tan tranquilo, que mis papás jamás cerraron la puerta de la casa cuando salíamos a hacer caminatas. En verano íbamos a un sitio que se llamaba Laguna de la Sal y una de las tareas era llevar sacos con sal para tirarle a la nieve en el invierno”, cuenta la bióloga titulada en la Universidad de Magallanes, quien ahora vive en Alemania, donde realiza un postdoctorado.

      También recuerda que a su mamá le gustaba recoger flores cuando salían a caminar. A Judith también le gustaban, pero más le llamaban la atención los insectos. Se llevaba para la casa esqueletos y también huesos que encontraba por ahí. Ponía a los animales en alcohol y en formalina, desde ratones hasta tortugas, y dice que todavía deben estar ahí, excepto el castor que le regalaron una vez en Puerto Williams. “Me llevé los huesos a Porvenir, los herví en una olla para dejarlos limpios y más blancos, pero mi mamá tiró la olla al patio”, cuenta ahora riendo.

      En Alemania, la científica trabaja en el Museo de Historia Natural de Stuttgart, un parque enorme con una sección de paleontología tan nutrida, que tuvieron que construir un edificio aparte sólo para esa colección. Ahí está la mayor cantidad de ictiosaurios de Europa.

      A Judith la invitaron para investigar paleopatolologías de ictiosaurios alemanes de Posidonia Shale, donde encontraron una gran concentración de fósiles que, a diferencia del Tyndall, corresponden al período jurásico (desde 201 millones de años hasta 145 millones de años atrás). “Estamos viendo las anomalías causadas por traumas o por bacterias, las mordidas que sufrieron en ataques y en batallas por territorio o de apareamiento. Eso se puede observar en el hueso, porque el hueso genera callos. Después de las mordidas se producen abscesos y hay también ictiosauros con caries. Podemos ver si hay un patrón en la frecuencia de las patologías según la edad”, detalla la científica.

      Las huellas de estos animales no están bajo tierra. Los huesos de ictiosaurio se conservaron incrustados en roca. Sus figuras son como un tallado hecho en la piedra hace millones de años. Medían entre uno y diez metros de largo y los de Torres del Paine, que son del periodo cretácico (desde 145 millones de años hasta 66 millones de años atrás), llegaron a los seis metros de largo. Gracias a recursos que consiguió en Alemania, Judith pudo extraer cinco ejemplares del Tyndall. Uno de ellos lo estudió en Europa y ya lo devolvió a Punta Arenas. Ahora forma parte de la colección paleontológica del Instituto Chileno Antártico. Ese organismo y la Universidad de Magallanes apoyaron la expedición de enero pasado, cuyo resultado asombró al mundo al descubrir la hembra en trabajo de parto.

      -¿Qué dificultades tiene una expedición científica a un glaciar, aparte de la seguridad?

      -La logística. Necesitas equipos, pero depende de los objetivos de la campaña. Este año, por ejemplo, era una prospección, era solamente caminar y revisar el material. Siempre son mínimo tres personas, porque en caso de accidente, uno se queda con la persona herida y el otro va a pedir ayuda. Para excavar, el 2010 éramos 12. Iban excavadores, geólogos para estudiar las rocas, otro grupo para estudiar los fósiles. La mejor fecha para trabajar es en el verano y eso significa vivir tres meses en carpa. Es muy peligroso trabajar con el clima muy malo, porque no se puede trabajar con la sierra para cortar la roca y se vuelve muy resbalosa. La máquina se echa a perder con la lluvia.

      A medida que el glaciar Tyndall retrocede, van quedando al descubierto nuevos ictiosaurios en la roca. El campamento base, al que se llega luego de ocho horas caminando, está a una hora de los fósiles y muchas veces el viento y la nieve impiden trabajar. Una vez, recuerda Judith, estuvieron diez días encerrados en sus carpas.

      Judith lleva más de 200 ictiosaurios revisados, pero siente como si estuviese recién empezando. “Nunca puedes parar de aprender cuando te dedicas a la investigación”, dice.

      El postdoctorado lo realiza con Erin Maxwell, una experta canadiense en estos animales que ella admira. Después de Alemania, quieren trabajar juntas y a distancia con paleopatologías de ictiosaurios de Sudamérica.

      “Quiero seguir trabajando con los de Tyndall, comenzar las excavaciones. Son 51 individuos, la mayoría están completos, articulados, conectados unos con otros como en vida y, en algunos casos, se ha podido preservar el contenido estomacal, que nos va a permitir estudiar la dieta, los embriones. Hay ictiosaurios con y sin dientes, podemos conocer la mecánica de la alimentación, cómo atrapaban a sus presas, si las trituraban o las tragaban. Por la logística, se necesita mucho dinero y lo principal es poder excavar. Si no los sacamos, nada de esto se puede verificar. Puedo escribir publicaciones, pero el material tiene que estar en una colección”, comenta la científica y agrega que hasta el ancho de las costillas entrega información relevante. El problema es que el material hallado se está desgastando por la erosión. Los restos que vio hace seis años, por ejemplo, ya están muy deteriorados.

      La echan del museo

      Judith llegó a los ictiosaurios por casualidad, el año 2003, cuando trabajaba ayudando a limpiar huesos de milodón, de dientes de sable y de guanacos en un laboratorio. Un amigo que fue a estudiar insectos al Tyndall le llevó la foto de lo que parecía un ictiosaurio en una roca. Presentó el proyecto en la Universidad de Magallanes y le financiaron las expediciones para que realizara su tesis de pregrado. Al terminarla, había encontrado 24 fósiles.

      -¿De qué sirve poder explicar todo esto? ¿Qué nos permite entender?

      -La paleontología es una ciencia que nos ayuda a descubrir la vida pasada y su interacción con otras especies. Nos ayuda a ver los cambios en el ecosistema. Lo que ocurre ahora también ocurrió en tiempos pasados. En cada hallazgo hay además otros peces, calamares, plantas terrestres, otros invertebrados. Se puede estudiar todo el paleoecosistema.

      -Has dicho que los de Torres del Paine fueron arrastrados por derrumbes. ¿Eran tsunamis?

      -Avalanchas submarinas. Fueron terremotos ocurridos por la fragmentación de Gondwana (cuando Sudamérica, África, Australia, India y la Antártica estaban unidas en un solo continente). Debieron ocurrir varias veces terremotos bien fuertes, porque tenemos por lo menos siete derrumbes o eventos.

      -¿Con qué descubrimiento podrías darte por satisfecha?

      -Me voy a dedicar a esto mientras tenga vida y energías, mientras mi cuerpo me dé para ir a estos lugares remotos. Esto es mi pasión, ir afuera y descubrir algo, estar donde nadie ha pisado antes. Es una sensación inexplicable, sobre todo descubrir un animal tan enigmático y escaso en el planeta.

      -¿Qué lugares te gustaría recorrer?

      -Me gustaría continuar por Campo de Hielo Sur y los canales. Siguen apareciendo ictiosauros en otras localidades del planeta y, oportunidad que tengo, voy a los sitios fosilíferos. He ido a Lyme Regis, en Inglaterra, un lugar con una tremenda historia. Ahí vivía Mary Anning, la primera que encontró un ictiosaurio en el mundo, cuando tenía 13 años. He ayudado en Alemania también.

      -¿Conoces la Antártica?

      -No, y también tengo que ir buscar ictiosauros. De acuerdo a mis hipótesis, tendría que haber.

      -¿Cómo es un día normal tuyo?

      -Me gusta harto hacer deporte, en las mañanas salgo a correr. Después, a trabajar. Si estoy muy inspirada me quedo hasta que el guardia me echa del museo. Me gusta mucho entrenar aikido (arte marcial japonesa), lo practico hace 11 años. Después del museo me voy a entrenar y ahí estoy con los amigos. Los fines de semana salimos a hacer caminatas, hiking. Comparto casa con un alemán y una alemana-rusa. Son biólogos también, trabajan en el museo.

      “Son 51 individuos, la mayoría están completos, articulados, conectados unos con otros como en vida y, en algunos casos, se ha podido preservar el contenido estomacal”, cuenta sobre los ictiosaurios de Torres del Paine.

      “La mejor fecha para trabajar es en el verano y eso significa vivir tres meses en carpa. Es muy peligroso trabajar con el clima muy malo, porque no se puede trabajar con la sierra para cortar la roca”