U n parche color carne cubre la delgada huella de la intervención quirúrgica en su cuello. El alcalde de Ñuñoa, Pedro Sabat, está en su departamento en avenida Colón; lo acompaña su hija Marcela y su hijo menor, Franco, quienes están atentos a que el político RN no haga ningún desarreglo porque recién salió de su tratamiento con yodo radiactivo.
El alcalde Sabat, de 61 años, se recupera del procedimiento para combatir el cáncer de tiroides contra el que pelea desde abril pasado, cuando le diagnosticaron la enfermedad. Ha estado de buen ánimo por lo que el viernes pasado partió al estadio para ver jugar a Chile contra Bolivia.
Antes de ir a ver el partido, se dio un rato para hablar de su tema. “Yo estaba haciendo muchos ejercicios de gimnasio con kinesiólogo, para tomar fuerza en los hombros y, de repente, me noté un globito en el cuello, (sobre la clavícula) que me empezó a crecer y fui al médico que justo era especialista en tiroides; entonces, aprovechó de revisarla. El bulto resultó ser inocuo. Era solo grasa, pero en la tiroides sí notó algo raro. Me hicieron una punción y me dijeron que había que sacarla, porque algo andaba mal”, dice y menciona que este lunes regresa a la pega porque se le acabó la licencia médica.
Llamó a sus tres hijos y se juntaron a comer pizza en la casa de Marcela Sabat. Allí les contó que quizás tenía cáncer. El viernes 8 de mayo entró a pabellón de la Clínica Alemana y en la noche, en una cirugía de cinco horas, le extirparon la glándula que regula el metabolismo. “Me duele cuando muevo la cabeza o estiro el cuello”, cuenta. Un par de semanas después, los exámenes arrojaron la presencia de cáncer. El tratamiento consistía en ingerir yodo radiactivo, que mata las células tiroides y las cancerígenas.
El yodo El 1 de junio Sabat se internó durante cinco días para ingerir el yodo, en forma de una pastilla. “Una vez en la habitación, llegó el médico con guantes y con una cápsula de plomo grande entre las manos. Destapó esa cápsula y me dijo: tome la pastilla que está adentro . Era una cápsula con yodo radiactivo. Me la dio, cerró la cápsula y se fue. No vi a nadie en cinco días”, cuenta Sabat que no pudo recibir visitas por cuanto su organismo estaba contaminado con una pequeña dosis de radiación, la que va disminuyendo con el paso de los días.
El aislamiento Le dejaban la comida en la puerta, en una bandeja de cartón, y una voz le avisaba desde afuera que la cena estaba servida. Su colchón estaba cubierto con plástico al igual que su teléfono celular, su tablet, los brazos de su cama. La precaución es parte del procedimiento para evitar una eventual contaminación por radiación.
“Me aburrí mucho, pero estaba conectado al WhatsApp y leía harto. Me sentía en una cárcel, porque uno no tiene contacto visual con nadie. Tomaba líquido todo el tiempo porque es la única forma en que se va la radiactividad. También aproveché de reflexionar. Por lo menos yo tengo los medios para tratarme”, cuenta.
-¿Cómo ha sido este proceso?
-Uno dice la palabra cáncer y asusta, pero no es para tanto. Ahora todo el mundo me anda mostrando el cuello; me dicen que tuvieron lo mismo. Ahí te das cuenta de que es más común de lo que uno piensa.
-¿Se ha sentido más irritable?
-Yo soy mal genio, la verdad. Sin justificación, me ha cambiado el genio muy fácilmente en este tiempo. Lo he notado. El médico me dijo que era normal que me cambiara el estado de ánimo.
-¿Y la dieta?
-Cuando me operaron, me entregaron un salero con una sal especial sin yodo. El gobierno, por razones de salud, le agrega yodo a la sal, para que tengamos lo que el cuerpo necesita. Entonces consumí sal sin yodo durante harto tiempo y tampoco lácteos. No podía comer pescado, chocolates, fue difícil.
-¿Qué viene ahora?
-Si la radiación no es suficiente tiene que venir la quimioterapia.
“Me ha cambiado el genio muy fácilmente en este tiempo”
Pedro Sabat