F ue en una fiesta llena de cosas ricas para comer cuando escuché por primera vez de él. Mientras todas masticábamos culposas empanaditas y papas fritas con guacamole, un chico invitado nos dijo que había descubierto la panacea para devorar todo lo que le pusieran por delante sin engordar: el té Oolong. La misma poción milagrosa que hizo bajar veinte kilos a la animadora gringa Oprah Winfrey. Contaba el tipo que esta variedad lo mantenía flaco y, además, feliz. Y que incluso ayudaba a superar la caña.

Me propuse entonces investigar y probar por mi cuenta. Efectivamente, el té Oolong (una caja de bolsas a $900 aprox.), que venden en el supermercado chino de Patronato con Antonia López de Bello y en La Tetería, era una maravilla. Dicen que tiene lo mejor del té rojo y del té verde. Que es antioxidante, aumenta las defensas y ayuda a bajar de peso.

En mi caso, comprobé que, además, la deja a una operada de los nervios. No sólo me noto con menos guata Coné (esa panza de marraqueta que se me escapa con poleras cortas), sino que también más zen de lo que jamás he sido. Díganme engrupida, pero es cierto. El Oolong me tiene sumida en una sabiduría milenaria. Los que antes se bancaban mi neura agradecen, mientras yo sigo tomando té como china.